Cómo afectan los sesgos cognitivos en la toma de decisiones

Con el “mañana lo hago”, Juan García lleva ya… ¡Ni se sabe! Siempre encuentra una excusa para no ahorrar para la jubilación. Que si un viaje, que si un nuevo coche, que si los estudios de los hijos, que si un imprevisto, que si…. Y van pasando los años, y todavía no tiene nada ahorrado para el día en que se retire del mercado laboral. Le preocupa, y mucho, pero no termina de encontrar el momento de empezar a hacerlo.

¿Te sientes identificado/a con nuestro español medio? Si es así, has caído, como Juan García, en una de las trampas de tu cerebro que te impiden ahorrar y que estudia la llamada economía conductual o finanzas conductuales. A estas trampas se las conoce como sesgos cognitivos, un concepto acuñado por el premio Nobel de Economía en 2017 Richard Thaler, referido a un efecto psicológico que provoca una mala interpretación de la información que nos hace distorsionar la realidad. De algún modo u otro, esto nos ocurre al común de los mortales cuando nos enfrentamos a decisiones que afectan a nuestro bolsillo.

Lo cierto es que, más allá de las excusas, nuestro protagonista es incapaz de ahorrar porque simplemente lo ve como una pérdida, un gasto que reduce su capacidad de consumir algo que puede disfrutar hoy. Y como la jubilación es algo lejano y se ve empujado por el sesgo del presente o de la procrastinación, va posponiendo el hábito del ahorro a largo plazo. Para más inri, tampoco tiene la fuerza de voluntad suficiente para convertir el ahorro en algo periódico, sistemático. No tiene autocontrol porque infravalora los objetivos a largo plazo debido a la falta de disciplina. Y menos aún si tiene que enfrentarse a tareas complejas que requieran gran parte de su atención, como decidir entre un montón de fondos de inversión que, además, están clasificados con nombres poco comprensibles (multiactivos, flexibles, dinámicos…). Esta enorme oferta es lo que el psicólogo estadounidense Barry Schwartz llama la paradoja de la abundancia, donde más es menos. Esta teoría viene a decir que, si reducimos las opciones, a los consumidores se les facilita la elección.

El caso es que Juan García sabe que a su cuñado le van bien sus inversiones financieras a largo plazo en renta variable. Pero nuestro amigo es conservador, y eso de invertir su ahorro en Bolsa le parece arriesgado. La aversión a la pérdida provoca que él sea más de invertir en depósitos que, aunque no den prácticamente nada, le hacen sentir seguro frente a la posibilidad de obtener ganancias futuras en otros productos de inversión.

“La aversión a la pérdida opera como una especie de nudge cognitivo (estímulo) que nos impulsa a no hacer cambios, incluso cuando estos nos benefician mucho”, apunta Thaler en Un pequeño empujón. “Los humanos actúan movidos por el impacto emocional inmediato de las ganancias y las pérdidas, sin pensar en perspectivas a largo plazo de riqueza y utilidad global”, añade otro premio Nobel de Economía (2002), el psicólogo Daniel Kahneman, en su obra Pensar rápido, pensar despacio.

De este modo, la inercia entre la falta de autocontrol y la aversión a la pérdida le hace quedarse como está, a mantener el statu quo y, así, nunca comienza a ahorrar para su jubilación.

Por otra parte, Juan García cree, además, que tiene un argumento de peso para no hacerlo. Como el Estado siempre ha pagado las pensiones, el optimismo omnipresente le lleva a no ser realista y sobreestimar la cuantía que percibirá en el futuro, pese a que en las noticias escucha una y otra vez cómo las autoridades cuestionan la sostenibilidad del sistema. El exceso de confianza le hace dudar sobre el futuro que dibuja la estadística del INE a consecuencia del envejecimiento de la población y que señala que para 2060 habrá casi ocho pensionistas por cada diez trabajadores, que, a fin de cuentas, son quienes financian las pensiones con sus cotizaciones sociales. Eso significa que, para entonces, Juan García no tendrá garantizada la prestación que hoy percibiría, así que, en función del nivel de vida que quiera disfrutar el día de mañana, puede encontrarse con serias dificultades para alcanzar esa meta si no activa un plan de ahorro particular alternativo.

¿Entiendes ahora por qué no ahorras? Pero no te preocupes, porque hay métodos para evitar caer en las trampas del cerebro. Por un lado, siendo conscientes de la existencia de estos sesgos que nos hacen tomar decisiones erróneas y, por otro, dejándose ayudar por asesores financieros que saben cómo planificar el ahorro para el futuro.

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